martes, 27 de diciembre de 2022

#1756 - Belén 5

 Belén 5 (Basado en “Vida y misterio de Jesús de Nazaret I – José Luis Martin Descalzo)

 

En esta Octava de navidad seguimos recordando como pudo haber sido aquella primera venida de Jesús, el Dios que se quedó con nosotros. 

“Fue casi seguramente de noche (el evangelista dice que los pastores estaban velando) y muy probablemente una noche de diciembre (así lo avala una antiquísima tradición, que precisa – casi desde el siglo primero – la fecha del día 25). Hacia ese fresco nocturno de los países cálidos, que no llega a ser un verdadero frío, pero que exige hogueras a quienes han de pasar la noche a la intemperie.”

“José habría encendido uno de esos fuegos fuera de la gruta. En el calentaba agua y quizás algún caldo. Dentro de la gruta María estaba sola.” José, “debió de sentir muchas veces deseo de entrar en la gruta, pero la ley prohibía terminantemente que el padre estuviera en el cuarto de la parturienta a esa hora.”

“Al fin, oyó la voz de su esposa, llamándole. Se precipitó hacia la cueva con la jarra de agua caliente en la mano […] tomó uno de los candiles y lo acercó al pesebre que María le señalaba. Vio una tierna carita rosada, blanda y húmeda aún, apretados los ojos y los puñitos, con bultos rojos en los hinchados pómulos […} y mientras lo colocaba en sus rodillas, en gesto de reconocimiento paternal, sintió que las lágrimas subían a sus ojos.”

“María y José le miraban y no entendían nada. ¿Era aquello […] lo que había anunciado el ángel y el que durante siglos había esperado su pueblo?”

“Lo adoraban, pero no lo entendían. ¿Aquel bebé era el enviado para salvar el mundo? Dios era todopoderoso, el niño todo desvalido. El Hijo esperado era la Palabra, aquel bebé, no sabía hablar. El Mesías sería «el camino», pero este no sabía andar. Sería la verdad omnisciente, más esta criatura no sabía ni siquiera encontrar el seno de su madre para mamar. Iba a ser la vida, aunque se moriría si ella no lo alimentase. Era el creador del sol, pero tiritaba de frío y precisaba del aliento de un buey y una mula. Había cubierto de hierba los campos, pero estaba desnudo […] tras los ojos sólo había lágrimas, diminutas lágrimas de recién nacido […] Si venía a salvar a todos, ¿Por qué nacía en esta inmensa soledad? Y sobre todo, ¿por qué la habían elegido a ella, la más débil, la menos importante de las mujeres del país?”

“No entendía, pero creía, sí. ¿Cómo iba a saber ella más que Dios?  ¿Quién era ella para juzgar sus misteriosos caminos?”

“Porque, además, ningún otro milagro espectacular había acompañado a este limpísimo parto. Ni ángeles, ni luces. “

No hay comentarios.: