Dios se revela al
hombre
En la región de Betel (antigua Uz), que significa “casa de
Dios”, y “puerta del cielo” (esta es una de las letanías a la Virgen), ubicada
al norte de Jerusalén, en la frontera del Reino del Norte y el Reino del Sur,
fue donde Abrahán estableció su primer altar y donde Jacob, hijo de Isaac, ofreció
a Dios su ofrenda luego de “pelear” con El en un sueño (Gen 28,10-20). En la escalera al cielo la Iglesia ve el signo
de la cruz de Cristo.
Es con Jacob, quien luego será llamado Israel, de donde nace
el pueblo de Israel con sus doce tribus. Así continúa cumpliéndose la promesa
de Yahvé a Abrahán.
Ya en el libro de Génesis comienza la revelación de Dios
al hombre cuando después del pecado original Dios no le abandona, prometiéndole
que un descendiente de la mujer vencerá al maligno, a la serpiente antigua que
la sedujo en el Paraíso. Es lo que la Iglesia llama el Proto evangelio.
Luego del Diluvio, Dios vuelve a prometerle a Noe que el
hombre no será aniquilado totalmente (Genesis 9,9). Esta Alianza será
ratificada para siembre con Abrahán y su descendencia.
Entonces Dios escoge a Moisés para que libere a su pueblo de
la esclavitud de Egipto y le promete un Mesías (Éxodo 6, 7-9). Esta promesa se
cumple en Jesús, el nuevo Adán y en María, en quien la Iglesia ve a la nueva
Eva. Ahora la Alianza incluye a todos los pueblos, de cualquier raza y
condición.
Es pues, el mismo Dios, quien revela al hombre sus misterios para que este le pueda conocer plenamente. Es una sola revelación la cual la Iglesia llama el Depósito de la Fe. Todo este misterio lo recoge el Catecismo de la Iglesia Católica en el no. 50. En Juan 17, Cristo agradece al padre esta revelación a los hombres.
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