Hoy celebra nuestra Iglesia la Solemnidad de la Epifanía, la manifestación al mundo, por medio de los Sabios de Oriente, de que un Rey nació en Belén para instaurar un Reinado de Paz, Justicia, Libertad y Amor.
Estos Sabios o Magos (como los llama Mateo en su Evangelio), guiados por una Estrella además de reconocer en aquel niño al Hijo de Dios, nos presentan en sus regalos El Camino que Aquel iba a inaugurar para todos los que en El creyeran: una vida de oración, sacrificio y reinado.
Vida de oración que, simbolizada en el incienso, nos llama a la comunicación continua con el Padre, sobretodo por medio de la oración que Cristo mismo nos dejó, el Padre Nuestro. Una oración que el mismo Cristo culminó en la cruz cuando pedía a Su Padre que perdonara a quienes le habían llevado a aquel suplicio.
Vida de sacrificio que, simbolizada en la mirra, le llevó a derramar toda su sangre para el perdón de nuestro pecados y alcanzarnos la vida eterna, participando ya desde ahora de su Reinado. Como nos recuerda el Apóstol Pablo, si con Él morimos con Él, por Él y en Él viviremos.
Vida de Rey que, simbolizada en el oro, venció a la muerte y reina ya desde el cielo por medio del Espíritu Santo que nos ha dado.
Su Epifanía se comienza a celebrar hoy, pero participemos plenamente de la misma escuchando la voz del Padre en su Bautizo en el Jordán y en la manifestación de su poder en las Bodas de Canaan.
Y finalmente, como los Sabios de Oriente, tomemos desde hoy el camino que nos lleva seguros a nuestra casa, sin mezclarse ni pactar con el mundo que solo busca poder para sí y está dispuesto, como lo estuvo Herodes, para sacar del medio a quien le represente una amenaza.
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