El tercer canto (Is 50, 4-9) lo dice también el Siervo. Describe su misión como la de un discípulo abierto a lo que Dios le dice: "El Señor me ha abierto el oído para que escuche como los iniciados". Primero escucha como discípulo y luego transmite a los demás esas palabras: "Para saber decir al abatido una palabra de aliento". En este tercer canto se habla más explícitamente del sufrimiento: el Siervo ofrece su espalda a los golpes, su mejilla a los que le mesan la barba, su rostro a los insultos y salivazos. Pero también aquí la confianza que tiene en Yahvé es la que le dará ánimos para perseverar en su misión. "El Señor me ayuda: no quedaré defraudado". No se tendrá que avergonzar. Si el Señor le ayuda, ¿quién podrá condenarle?
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