5. Una Iglesia “de toda raza, lengua, pueblo y nación”
Cuestiones que afrontar
g) Es preciso cultivar la sensibilidad frente a la riqueza de la variedad de las expresiones del ser
Iglesia. Esto requiere buscar un equilibrio dinámico entre la dimensión de la Iglesia en su conjunto
y su radicación local, entre el respeto del vínculo de la unidad de la Iglesia y el riesgo de
homogeneización que ahoga la variedad. Los significados y las prioridades varían entre contextos
diferentes, y esto requiere identificar y promover formas de descentralización e instancias
intermedias.
h) También la Iglesia está golpeada por la polarización y por la desconfianza en ámbitos cruciales,
como la vida litúrgica y la reflexión moral, social y teológica. Debemos reconocer las causas a
través del diálogo y emprender procesos valientes de revitalización de la comunión y de
reconciliación para superarlas.
i) En nuestras Iglesias locales, a veces, experimentamos tensiones entre modalidades diversas de
entender la evangelización, que se focalizan sobre el testimonio de vida, el compromiso por la
promoción humana, el diálogo entre fe y culturas y sobre el anuncio explícito del Evangelio.
Igualmente emerge una tensión entre el anuncio explícito de Jesús y la valoración de las
características de cada cultura, buscándole los trazos evangélicos (semina Verbi) que ya contiene.
j) Entre las cuestiones a profundizar, se ha indicado la posible confusión entre el mensaje del
Evangelio y la cultura del evangelizador.
k) La extensión de los conflictos, con el comercio y el uso de armas cada vez más potentes, abre la
cuestión, propuesta en diversos grupos, de una más cuidada reflexión y formación en la gestión
de conflictos de manera no violenta. Se trata de una aportación cualificada que los cristianos
pueden ofrecer al mundo de hoy, también en diálogo y colaboración con otras religiones.
Propuestas
l) Es necesaria una renovada atención a la cuestión de los lenguajes que utilizamos para hablar a las
mentes y corazones de las personas en una gran diversidad de contextos, para hacerlo de un modo
que resulte accesible y bello.
m) En vistas a la experimentación de formas de descentramiento, es necesario definir un cuadro de
referencia compartido para su gestión y evaluación, identificando todos los actores implicados y
sus relativos roles. Por exigencia de coherencia, los procesos de discernimiento en materia de
descentramiento deben hacerse en estilo sinodal, que prevea la implicación y aportación de todos
los actores implicados en los diversos niveles.
n) Son necesarios nuevos paradigmas para el compromiso pastoral con las poblaciones indígenas,
en la línea de un camino conjunto y no de una acción realizada a ellos y para ellos. Su participación
en los procesos de decisión a todos los niveles puede contribuir a una Iglesia más vibrante y
misionera.
o) De los trabajos de la Asamblea, emerge la exigencia de un mejor conocimiento de las enseñanzas
del Vaticano II, del magisterio postconciliar y de la doctrina social de la Iglesia. Necesitamos
conocer mejor nuestras diversas tradiciones para ser claramente una Iglesia de Iglesias en
comunión, eficaz en el servicio y en el diálogo.
p) En un mundo en el que aumenta el número de migrantes y refugiados, al tiempo que se reduce la
posibilidad de acogerlos, y en el que el extranjero es visto con una creciente sospecha, es oportuno
que la Iglesia se empeñe con decisión en la educación a la cultura del diálogo y del encuentro,
combatiendo el racismo y la xenofobia, en particular en los programas de formación pastoral. Es
igualmente necesario comprometerse en programas de integración de migrantes.
q) Recomendamos un renovado empeño en el diálogo y discernimiento en materia de justicia racial.
Es preciso identificar los sistemas que crean y mantienen a la injusticia racial al interior de la
Iglesia y combatirlos. Hay que dar vida a los procesos de sanación y reconciliación para erradicar
el pecado de racismo y hacerlo con la ayuda de aquellos que sufren sus consecuencias.