El segundo canto (Is 49,1-6) está en labios del mismo Siervo, que es consciente de haber sido elegido desde el seno materno para una misión concreta: ser en manos de Dios como una espada, como una saeta, para conseguir sus fines; tiene que unificar al pueblo de Israel y hacer que vuelva a Dios y, además, ser luz de las naciones. Pero aquí ya aparece un elemento que en el primer canto sólo se podía leer entre líneas: las dificultades que va a tener el Siervo. Habla de fatiga y de dudas: ¿será en vano todo lo que va a hacer? ¿resultará todo un fracaso? "En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas". Pero triunfa la confianza en Dios: "Mi Dios era mi fuerza".