Lo más lamentable de las guerras, conflictos y catástrofes causadas por el hombre es que el mayor número de víctimas son siempre los inocentes: civiles, en su mayoría mujeres y niños. Así lo vemos a diario en la guerra de Siria y las constantes emigraciones que esta y otras situaciones han provocado en el Medio Oriente, África y América.
Más hay unos inocentes a los cuales ni siquiera se les da la oportunidad de ver la luz del sol. Estos son los millones de abortados criminalmente cada día por quienes les llevan en su vientre. Y aunque gran número de países han legalizado esta práctica ya sea por el bienestar de quien lo procreo o porque el niño por nacer no es aún un ser humano viable, la realidad moral es que se está quitando la vida a una criatura indefensa y en pleno desarrollo.
Hoy, que nuestra Iglesia celebra la fiesta de los Santos Inocentes, mandados a matar por el Rey Herodes queriendo acabar con el Niño Jesús, rogamos por todos los que han muerto en todas partes del mundo y por sus familias y por aquellas mujeres que han abortado a sus hijos. A estas la Iglesia quiere acogerlas para reconciliarlas con ellas mismas y darles el perdón.
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