Un cuerpo que siente y sufre
“Dios mismo ha organizado el cuerpo dando más honor a lo que
menos parece tenerlo, a fin de que no existan divisiones en el cuerpo, sino que
todos los miembros por igual se preocupen unos de otros. Y así, cuando
un miembro sufre, todos sufren con él, y cuando recibe una especial distinción,
todos comparten su alegría.” (1 Corintios 12, 24b-26)
Reflexionando sobre este texto de Pablo, pienso sobre todo
en las divisiones que se crean en nuestras comunidades parroquiales y que mantienen
sufriendo a todo el Cuerpo de Cristo, que formamos cada uno de nosotros.
No nos ponemos de acuerdo y no entendemos que todos los
miembros son importantes, desde el que limpia o barre hasta el que ejerce
funciones administrativas o de autoridad; desde el que acomoda en los bancos
hasta el que sirve en el altar. Incluso, desde el que se le ve muy pocas veces
como al que siempre está presente. Todos al final recibirán la misma paga de
parte del Señor.
Por eso a todos tenemos que tratarlos con igual cariño, sin imposiciones ni desprecios, buscando siempre la unidad de todos en todo momento. Alegrándonos por sus logros y acompañándoles en sus dificultades o en la enfermedad. Pero más que nada, sabiendo perdonar las heridas producidas por unos u otros. Solo así el Cuerpo de Cristo dejará de sufrir por divisiones estériles y será lugar de encuentro y solidaridad de unos por otros. Y seremos en verdad la Iglesia de Cristo.
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