Final de los
tiempos
Dios, entregó su creación al ser humano para que la
dominara y la hiciera producir para su propio sustento y preservación. Sin
embargo y por culpa del pecado, hemos visto como a lo largo de los siglos,
nuestra Madre tierra ha sido arrasada y sus seres vivientes seriamente
amenazados por el desarrollo desenfrenado del homo sapiens sapiens.
Jesús, el Hijo de Dios, se encarnó para establecer Su Reino. Un
Reino de justicia y paz, entre los seres humanos y para con la naturaleza por
Dios creada. Y, a dos mil años de establecido, la actividad del
ser humano sigue manchada por el pecado, traducido entre otras cosas por las
ansias de poder, de placer egoísta, de consumerismo desmedido, de riqueza
usurera, que destruyen el ambiente y dejan marginados a millones de seres
humanos. Pareciera que el futuro que se vislumbra es el de muerte y extinción.
Citando a José Grau en su Serie de Escatología, Tomo VII,
“Final de los tiempos, 1977, en su Lección 51 – La Nueva Jerusalén:
Nos dice el autor: “… porque una humanidad pecadora no puede
crear una sociedad impecable.” (No, 1, Pág. 416)
[por eso] “… la verdadera morada
del creyente es la Ciudad de Dios; en este mundo somos peregrinos.” (No. ¡,
Pág. 416).
“«Porque no tenemos aquí ciudad permanente,
sino que buscamos lo por venir» (Heb 13,14) … Sólo
el gobierno de Cristo puede asegurar la estabilidad verdadera, la justicia
constante y la creatividad gozosa que el hombre – y la sociedad – ahogan…” (No.
2, Pág. 417).
“El destino del creyente no
estriba simplemente en volver a la primera condición feliz del Edén, con la
potencialidad de pecado que podría repetirse y así volver a iniciar el ciclo
correspondiente de miseria y ruina; se trata más bien de un mundo mejor y
superior que el perdido, porque se asienta sobre una redención que asegura una
perfecta y total liberación del poder del mal. Y una mas plena comunión con el
Dios eterno, por Su Espíritu.” (No. 4, Pág. 427)
Mientras esperamos la llegada de un “cielo nuevo y una
tierra nueva”, los cristianos somos responsables de luchar por que este Reino
de Dios en el cual ya vivimos por nuestra relación con Cristo, se siga
construyendo aquí en la tierra. Mientras, peregrinamos hacia esa morada
definitiva que Dios nos ha prometido.
Apocalipsis 21, 1-8 nos va describiendo esos acontecimientos
finales tal como le fueron revelados al apóstol Juan:
Cf. Apoc. 21,1 – “… Nada quedaba
del primer cielo ni de la primera tierra; nada del antiguo mar.” A este
respecto nos dice Pablo en 1 Cor. 2,9, glosando con cierta libertad a Isaías
64,3: “Pero según dice la Escritura: Lo que jamás vio ojo alguno, lo que ningún
iodo oyó, lo que nadie pudo imaginar que Dios tenia preparado para aquellos que
lo aman, eso es lo que Dios nos ha revelado por medio del Espíritu.”
Cf. Apoc. 21, 2 – “Vi… bajar del
cielo la ciudad santa, la Nueva Jerusalén. Venia de Dios, ataviada como una
novia.”
Cf. Apoc. 21,3 – “Y oí una voz
poderosa que decía desde el trono: Esta es la morada que Dios ha establecido
entre los seres humanos. Habitara con ellos, ellos serán su pueblo y el será Su
Dios.”
Cf. Apoc. 21,4 – “Enjugará las lágrimas
de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo
viejo ha desaparecido.”
Cf. Apoc. 21, 5 - “El que estaba
sentado en el trono anuncio: - Voy a hacer nuevas todas las cosas.”
Cf. Apoc. 21,6 – “Finalmente, me
dijo: … al sediento le daré a beber gratis del manantial del agua de la vida.”
Cf. Apoc. 21,7 – “Al vencedor le reservo
esta herencia: yo seré su Dios y el será mi hijo.” Dice además Apocalipsis 3,
12, refiriéndose a los que han sido fieles en el mensaje a la Iglesia de
Filadelfia: “Al vencedor lo pondré de columna en el Templo de mi Dios, para que
ya nunca salga de ahí. Y grabaré sobre él el nombre de mi Dios, y
grabaré
también, junto a mi nombre nuevo, el nombre de la ciudad de mi Dios, la
Jerusalén nueva, que desciende del trono celeste de mi Dios.”
Cf. Apoc. 21,8 – “Pero los
cobardes, los incrédulos, los depravados, los asesinos, los injuriosos, los
hechiceros, los idolatras y todos los embaucadores están destinados al lago
ardiente de fuego y azufre, es decir, a la segunda muerte.”
Por fe, ahí está nuestra esperanza, aunque sigamos viviendo en
tribulación. No desfallezcamos ni tengamos miedo. Dios está con nosotros siempre
y Él nunca falla. Su promesa se realizará como É lo
prometió.