Hoy podemos ver como en los siglos XX y XXI, por medio de grandes y santos Papas y del Concilio Vaticano II, el Espíritu Santo sigue purificando a su Iglesia, transformándola para que se adapte a los signos de los tiempos.
Somos nosotros los que muchas veces, a nivel personal, quisiéramos quedarnos en el inmovilismo de nuestra comodidad y amarrados para no depender de las sorpresas de Dios. Para no enfrentarnos a los desafíos que el Espíritu desata en nuestro camino.
Como el viento, que no sabemos de donde viene y a donde va, asi estemos presto a que el viento del Espíritu nos lleve a donde el quiera. En definitiva nos llevará por el camino de la Verdad y la Vida. No nos opongamos con razonamientos humanos a su acción. Dejemonos impulsar por El y cumpliremos siempre la voluntad del Padre.
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