Amoris Laetitia 43
Violencia y manipulación
153. Dentro del contexto de esta visión positiva de la sexualidad, es
oportuno plantear el tema en su integridad y con un sano realismo. Porque no
podemos ignorar que muchas veces la sexualidad se despersonaliza y también se
llena de patologías, de tal modo que «pasa a ser cada vez más ocasión e
instrumento de afirmación del propio yo y de satisfacción egoísta de los
propios deseos e instintos». En esta época se vuelve muy riesgoso que la
sexualidad también sea poseída por el espíritu venenoso del «usa y tira». El
cuerpo del otro es con frecuencia manipulado, como una cosa que se retiene
mientras brinda satisfacción y se desprecia cuando pierde atractivo. ¿Acaso se
pueden ignorar o disimular las constantes formas de dominio, prepotencia,
abuso, perversión y violencia sexual, que son producto de una desviación del
significado de la sexualidad y que sepultan la dignidad de los demás y el
llamado al amor debajo de una oscura búsqueda de sí mismo?
154. No está de más recordar que, aun dentro del matrimonio, la
sexualidad puede convertirse en fuente de sufrimiento y de manipulación. Por
eso tenemos que reafirmar con claridad que «un acto conyugal impuesto al
cónyuge sin considerar su situación actual y sus legítimos deseos, no es un
verdadero acto de amor; y prescinde por tanto de una exigencia del recto orden
moral en las relaciones entre los esposos». Los actos propios de la unión
sexual de los cónyuges responden a la naturaleza de la sexualidad querida por
Dios si son vividos «de modo verdaderamente humano». Por eso, san Pablo
exhortaba: «Que nadie falte a su hermano ni se aproveche de él» (1 Ts 4,6).
Si bien él escribía en una época en que dominaba una cultura patriarcal, donde
la mujer se consideraba un ser completamente subordinado al varón, sin embargo
enseñó que la sexualidad debe ser una cuestión de conversación entre los
cónyuges: planteó la posibilidad de postergar las relaciones sexuales por un
tiempo, pero «de común acuerdo» (1 Co 7,5).
155. San Juan Pablo II hizo una advertencia muy sutil cuando dijo que
el hombre y la mujer están «amenazados por la insaciabilidad». Es decir, están
llamados a una unión cada vez más intensa, pero el riesgo está en pretender
borrar las diferencias y esa distancia inevitable que hay entre los dos. Porque
cada uno posee una dignidad propia e intransferible. Cuando la preciosa
pertenencia recíproca se convierte en un dominio, «cambia esencialmente la estructura
de comunión en la relación interpersonal». En la lógica del dominio, el
dominador también termina negando su propia dignidad, y en definitiva deja «de
identificarse subjetivamente con el propio cuerpo», ya que le quita todo
significado. Vive el sexo como evasión de sí mismo y como renuncia a la belleza
de la unión.
156. Es importante ser claros en el rechazo de toda forma de
sometimiento sexual. Por ello conviene evitar toda interpretación inadecuada
del texto de la carta a los Efesios donde se pide que «las mujeres estén
sujetas a sus maridos» (Ef 5,22). San Pablo se expresa aquí en
categorías culturales propias de aquella época, pero nosotros no debemos asumir
ese ropaje cultural, sino el mensaje revelado que subyace en el conjunto de la
perícopa. Retomemos la sabia explicación de san Juan Pablo II: «El amor excluye
todo género de sumisión, en virtud de la cual la mujer se convertiría en sierva
o esclava del marido [...] La comunidad o unidad que deben formar por el
matrimonio se realiza a través de una recíproca donación, que es también una
mutua sumisión». Por eso se dice también que «los maridos deben amar a sus
mujeres como a sus propios cuerpos» (Ef 5,28). En realidad el texto
bíblico invita a superar el cómodo individualismo para vivir referidos a los
demás, «sujetos los unos a los otros» (Ef 5,21). En el matrimonio,
esta recíproca «sumisión» adquiere un significado especial, y se entiende como
una pertenencia mutua libremente elegida, con un conjunto de notas de
fidelidad, respeto y cuidado. La sexualidad está de modo inseparable al
servicio de esa amistad conyugal, porque se orienta a procurar que el otro viva
en plenitud.
157. Sin embargo, el rechazo de las desviaciones de la sexualidad y
del erotismo nunca debería llevarnos a su desprecio ni a su descuido. El ideal
del matrimonio no puede configurarse sólo como una donación generosa y
sacrificada, donde cada uno renuncia a toda necesidad personal y sólo se
preocupa por hacer el bien al otro sin satisfacción alguna. Recordemos que un
verdadero amor sabe también recibir del otro, es capaz de aceptarse vulnerable
y necesitado, no renuncia a acoger con sincera y feliz gratitud las expresiones
corpóreas del amor en la caricia, el abrazo, el beso y la unión sexual.
Benedicto XVI era claro al respecto: «Si el hombre pretendiera ser sólo
espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente
animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad». Por esta razón, «el hombre
tampoco puede vivir exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar
únicamente y siempre, también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su
vez recibirlo como don». Esto supone, de todos modos, recordar que el
equilibrio humano es frágil, que siempre permanece algo que se resiste a ser
humanizado y que en cualquier momento puede desbocarse de nuevo, recuperando
sus tendencias más primitivas y egoístas.
¿Sientes que tu relación de pareja respeta
tus deseos y lucha por una entrega sincera y amorosa?
¿Qué opinas de las expresiones de
Benedicto XVI en el #157?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario