miércoles, 12 de julio de 2017

#204 - utopia del amor

#204 - En el camino de las relaciones que todo ser humano mantiene a lo largo de su vida, ya sea con sus padres, hijos, parientes, amigos y conocidos, el amor debe ser la meta para que cada una de ellas alcance su plenitud. A veces lograrlo parece ser una utopía.

Meditando sobre esto escribí en el 2011 lo siguiente:

La utopía del Amor

Toda relación humana va, a lo largo de su vida, desde una materno-filial hasta una sobrenatural-espiritual para los que creemos, en cualquier nivel que nos encontremos, en Jesucristo.
A nivel humano, estas relaciones transcurren sobretodo en función de nuestro instinto natural de sobrevivencia. Desde su vientre, nuestra madre nos alimenta física y emocional, preparándonos para llegar a un mundo que nos resultará tal vez extraño y hostil, de continuos reclamos por satisfacer nuestras necesidades básicas buscando nuestra felicidad individual.
El entorno familiar es indudablemente uno de los espacios y ambientes más determinantes de lo que seremos como seres humanos adultos. A muchos, les ha tocado vivir la transición de niño a adolescente sin la presencia en el hogar de la figura del padre. A otros les ha tocado vivir con lo estrictamente necesario para sobrevivir dignamente: un techo “humilde” y reducido; ropa sencilla y común; educación pública; un sueldo justo para mantener a su familia. Otros han tenido la ventaja de vivir en un hogar de un nivel superior y, aunque también con mucho sacrificio, sobre todo de sus padres, han podido estudiar en colegios privados, han viajado y han tenido lo máximo que sus padres han podido suplirles y en ocasiones algo más.
En esta relación familiar el reto mayor siempre se presenta en el desarrollo del amor humano; amor entre esposos, amor entre padres e hijos, amor entre hermanos… Este sentimiento natural está siempre compitiendo con el de la competencia por sobrevivir y que se traduce en destacarse por sobre los demás como el más fuerte, el más inteligente, el mejor___?____. La sociedad consumista e individualista en que hemos crecido y sobre todo la generación actual, ha acrecentado esta batalla. Por eso vemos a todos compitiendo contra todos: profesionales, religiosos, hermanos, padres e hijos… Ni siquiera los lazos de sangre o de amistad o de parentesco o de relaciones familiares o sociales nos hacen inmunes a esta limitación del amor humano. Como consecuencia de todo esto, vemos familias y pueblos enemistados y divididos por todas partes. Y todo porque, aunque en el nivel social y económico hemos progresado bastante, en el nivel humano nuestro amor no ha superado lo puramente humano.
En el proceso de elevar el amor humano al amor cristiano, nuestras imperfecciones como padres van a ser ineludiblemente transmitidas a nuestros hijos. A pesar de las mejores intenciones. Para romper este círculo vicioso, les toca  a los hijos sobreponerse a lo que sufrieron en carne propia. No hay otra opción. Ya los padres dieron lo “mejor” que pudieron dar y no hay vuelta atrás. Este cambio es indudablemente un proceso de adultos maduros. Por ello, mientras más temprano en nuestro desarrollo como seres humanos lo asumamos, más pronto estaremos disfrutando de sus frutos. Estos frutos los encontramos descritos en 1 Corintios 13, 4-7.

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