Meditando sobre esto escribí en el 2011 lo siguiente:
La utopía del Amor
Toda relación humana va, a lo largo de su vida,
desde una materno-filial hasta una sobrenatural-espiritual para los que
creemos, en cualquier nivel que nos encontremos, en Jesucristo.
A nivel humano, estas relaciones transcurren
sobretodo en función de nuestro instinto natural de sobrevivencia. Desde su
vientre, nuestra madre nos alimenta física y emocional, preparándonos para
llegar a un mundo que nos resultará tal vez extraño y hostil, de continuos
reclamos por satisfacer nuestras necesidades básicas buscando nuestra felicidad
individual.
El entorno familiar es indudablemente uno de
los espacios y ambientes más determinantes de lo que seremos como seres humanos
adultos. A muchos, les ha tocado vivir la transición de niño a adolescente sin
la presencia en el hogar de la figura del padre. A otros les ha tocado vivir
con lo estrictamente necesario para sobrevivir dignamente: un techo “humilde” y
reducido; ropa sencilla y común; educación pública; un sueldo justo para
mantener a su familia. Otros han tenido la ventaja de vivir en un hogar de un
nivel superior y, aunque también con mucho sacrificio, sobre todo de sus
padres, han podido estudiar en colegios privados, han viajado y han tenido lo
máximo que sus padres han podido suplirles y en ocasiones algo más.
En esta relación familiar el reto mayor siempre
se presenta en el desarrollo del amor humano; amor entre esposos, amor entre
padres e hijos, amor entre hermanos… Este sentimiento natural está siempre
compitiendo con el de la competencia por sobrevivir y que se traduce en
destacarse por sobre los demás como el más fuerte, el más inteligente, el
mejor___?____. La sociedad consumista e individualista en que hemos crecido y
sobre todo la generación actual, ha acrecentado esta batalla. Por eso vemos a
todos compitiendo contra todos: profesionales, religiosos, hermanos, padres e
hijos… Ni siquiera los lazos de sangre o de amistad o de parentesco o de
relaciones familiares o sociales nos hacen inmunes a esta limitación del amor
humano. Como consecuencia de todo esto, vemos familias y pueblos enemistados y
divididos por todas partes. Y todo
porque, aunque en el nivel social y económico hemos progresado bastante, en el
nivel humano nuestro amor no ha superado lo puramente humano.
En
el proceso de elevar el amor humano al amor cristiano, nuestras imperfecciones
como padres van a ser ineludiblemente transmitidas a nuestros hijos. A pesar de
las mejores intenciones. Para romper este círculo vicioso, les toca a los hijos
sobreponerse a lo que sufrieron en carne propia. No hay otra opción. Ya los
padres dieron lo “mejor” que pudieron dar y no hay vuelta atrás. Este cambio es indudablemente un proceso de
adultos maduros. Por ello, mientras más temprano en nuestro desarrollo como
seres humanos lo asumamos, más pronto estaremos disfrutando de sus frutos.
Estos frutos los encontramos descritos en 1
Corintios 13, 4-7.
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