La caída
En el Monte Sodoma, cerca al Mar
Muerto, recordamos hoy la caída de los ángeles y del hombre (Genesis 3; CIC 385
y sigs.).
Dios permite las pruebas y las
tentaciones para nuestro bien. Pero éstas traen consigo un castigo: el
Diluvio, la diversidad de lenguas tras la Torre de Babel, la destrucción de
Sodoma y Gomorra.
Los ángeles caídos no son
omnipotentes, son limitados, pero incitaron a Adán y Eva por medio de la
tentación del orgullo, la soberbia, la vanidad y la egolatría haciéndoles creer
que serían como dioses. Por esto el demonio es el “padre de la mentira” que
junto a las ideologías (el mundo) y la concupiscencia (placeres de la carne)
hacen caer al hombre. La escritura y la tradición de la Iglesia ven en este ser
a Satán o diablo (CIC 391). La decisión de los demonios al apartarse de Dios es
irrevocable y comparable a aquel que no quiere reconciliarse del pecado mortal
y no se confiesa. No hay para ellos arrepentimiento después de la caída, como
no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte (CIC 393).
… el hombre se prefirió a si mismo
en lugar de Dios y por ello desprecio a Dios… (CIC 398).
Al pecado que se repite, que se
vuelve una dependencia o adicción se le llama mal habito.
Las tentaciones, sin embargo, no
superan nuestras fuerzas y Cristo las venció, venciendo al demonio, para que
nosotros pudiéramos vencerlas también. Así vencemos en Cristo a la muerte.
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