Para el católico, y mucho más en Puerto Rico, la intervención de la Iglesia en asuntos políticos se ve como algo que no es de su incumbencia, un terreno vedado porque "porque en nuestro sistema de gobierno hay separación de Iglesia y Estado".
Sin embargo, cuando presenciamos la juramentación de nuestros funcionarios electos, veremos que todo acto da comienzo con una invocación a Dios, lo cual se repite cada año y, todos prometen cumplir con Sus mandatos. "Que así me ayude Dios", se oía hoy decir al Gobernador en su toma de posesión. Incluso juramenta sobre una Biblia. Más aún juramentan, en el caso de Puerto Rico, que respetarán y cumplirán la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico en cuyo preámbulo los padres constitucionales imploran por igual a Dios.
"Nosotros, el pueblo de Puerto Rico, a fin de organizarnos políticamente sobre una base plenamente democrática, promover el bienestar general y asegurar para nosotros y nuestra posteridad el goce cabal de los derechos humanos, puesta nuestra confianza en Dios Todopoderoso..." (Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico)
No se cuan conscientes estarán todos del juramento y la imploración que hacen ante Dios, pero parece que en el transcurso de su mandato se olvidan de ese Dios. Peor aún, se vuelven contra la Iglesia y quienes en ella les recuerdan los principios religiosos que prometieron cumplir. Y no tienen vergüenza ninguna en aprobar leyes inmorales, contrarias a los preceptos de Dios.
Es la Iglesia la que todo el tiempo tiene que defender sus derechos ante el Estado, aunque este implore a Dios en sus estatutos. Por lo tanto exijamos a todos nuestros funcionarios electos que definan bien su posición religiosa y no la siga jurando hipócritamente para conseguir apoyo de personas y grupos particulares. Que den a Dios lo que es de Dios.
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