Puerto Rico se encuentra en unos de los momentos más cruciales de su historia. Mientras se siguen imponiendo medidas económicas por parte de la Junta de Supervisión Fiscal, creada por una ley del Congreso de los Estados Unidos de América, en donde los puertorriqueños no tienen ningún representante en pleno, el Gobierno de turno en el país sigue malgastando el dinero que recibe. Es indudable que la raíz de nuestros grandes problemas es la falta de poderes soberanos para que como cualquier nación del mundo decidamos por nosotros mismos lo que más nos conviene como pueblo.
Nuestro Arzobispo Metropolitano, Roberto González Nieves, en su ponencia "Refundemos a Puerto Rico" nos dice al respecto:
Justificaciones para la refundación de la Patria:
24. Ahora, quisiera mencionar algunas de nuestras situaciones más apremiantes que
justifican la refundación de la Patria:
a. La situación social: Casi el 60% vive bajo el nivel de pobreza; el 57% de los menores en condiciones de pobreza; las defunciones y la emigración superan los nacimientos donde en los primeros 10 meses del 2015, emigraron 112 mil personas, lo que significa perder la población de
varios pueblos; donde el pasado mes tuvimos un aumento de 1,000 desempleados más; donde en 2014, 364 médicos abandonaron la isla y en el 2015 año pasado unos 500 médicos se marcharon.
.
b. Crisis económica y fiscal: Existe una reducción alarmante en los recaudos, el estancamiento de la
economía; la tasa alta de evasión contributiva; los altos impuestos; los altos costos de la medicina y el
cuidado de la salud; la crisis presupuestaria, y una deuda externa pública de 72 mil millones de dólares que es impagable según contraída y que necesita una reestructuración.
Acompañó estas palabras con una cita del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Católica que señala varias de las causas de nuestra alta deuda:
El derecho al desarrollo debe tenerse en cuenta en las cuestiones vinculadas a la crisis deudora de muchos países pobres. Esta crisis tiene en su origen causas complejas de naturaleza diversa, tanto de
carácter internacional — fluctuación de los cambios, especulación financiera, neocolonialismo económico— como internas a los países endeudados —corrupción, mala gestión del dinero público,
utilización distorsionada de los préstamos recibidos—. Los mayores sufrimientos, atribuibles a cuestiones estructurales pero también a comportamientos personales, recaen sobre la población de los
países endeudados y pobres, que no tiene culpa alguna. La comunidad internacional no
puede desentenderse de semejante situación: incluso reafirmando el principio de que la deuda adquirida debe ser saldada, es necesario encontrar los caminos para no comprometer el «derecho
fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso»
(450).
Crisis de identidad: Dado el hecho de que hemos sido una colonia por más de 500 años, hay incertidumbre sobre quiénes somos, qué queremos, si nos asimilamos o si nos transformamos en un estado soberano, si nos quedamos en el statu quo. Es como decía una vez un comediante de un “stand up comedy” (cuyo nombre no recuerdo): “We, the Puerto Ricans are in the middle of everything: in the middle of the Antilles; of the greater Antilles we are the smaller and of the lesser Antilles
we are the biggest; we are in the middle of the Atlantic ocean; in the middle of the tropic, in the middle of the two Americas continents, we are in the middle of our political status, neither a country, neither a state”. Y para acentuar aun más esto de estar en el medio de todo, cuando el presidente Obama fue a Puerto Rico se comió un sándwich que llamamos “medianoche”. Siempre a la mitad.
Propongo una refundación que nos hará completos.
d. Crisis de estatus político: Tenemos un país casi dividido por la mitad entre aquellos que quieren la
anexión y los que no. Tenemos un estatus político que no nos permite tener ni la igualdad de los estados de la Unión ni la soberanía de los países soberanos; una relación política
definida por el Tribunal Supremo de Estados Unidos desde principios del siglo XX, en los conocidos “casos insulares”, como de subordinación casi absoluta al Congreso de Estados Unidos. No debemos olvidar que la última expresión de ese tribunal es que Puerto Rico es un territorio no incorporado y que, como tal, pertenece a, pero no es parte de los Estados Unidos. (Balzac v. Porto Rico, 258 U.S. 298 (1922)). Es decir, que Puerto Rico, al pertenecer a Estados Unidos, es como si se tratara de una
finca con un grupo de personas habitándola, un grupo de “arrimaos”, una mera posesión, sin que los
puertorriqueños y puertorriqueñas seamos miembros de la familia propietaria de la finca. Eso significa que la constitución de Puerto Rico es inferior en jerarquía a cualquier ley del Congreso e, incluso, a cualquier reglamento federal. El actual estatus no nos permite restructurar la deuda
ni acudir a las ayudas del Fondo Monetario Internacional; es un estatus que nos obliga a utilizar la marina mercante más cara del mundo. No obstante, en honor a la verdad, debo añadir que ha sido un estatus con algunas cosas positivas como el desarrollo económico que a la mayoría
de nuestro permitió salir de la miseria, la soberanía deportiva, representación olímpica, la independencia eclesiástica de la Iglesia Católica, acceso a universidades y la representación
propia en concursos internacionales; y la ciudadanía norteamericana con sus ventajas y desventajas. Es importante señalar que todas ellas ya estaban disponibles aún antes de la creación del estatus actual, del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Sobre nuestro destino final de estatus todos debemos estar de acuerdo en cuanto a que éste se debe dar dentro del marco de la autodeterminación en el que los puertorriqueños y las puertorriqueñas seamos los
protagonistas principales. Nosotros somos quienes debemos optar por la solución definitiva de nuestro problema de estatus y, en un ejercicio libérrimo de nuestra voluntad democráticamente manifestada, decantarnos por cualquiera de las fórmulas políticas reconocidas por el derecho internacional, bien sea como una nación libre y soberana, por la integración plena de Puerto Rico a la
Unión como cualquier otro estado, o bien por la asociación de mutuos intereses y conveniencias pactada mediante tratado. Pero sea cual fuere la determinación final que tomemos, deberíamos ser conscientes de que no existe en el mundo contemporáneo ninguna nación enteramente independiente. La independencia de las naciones requiere grados de interdependencia con las demás naciones, que se fundamenta en el respeto a la soberanía de cada nación para, desde esa libertad, pactar, asociarse, y realizar acuerdos para el bien común de todos los seres humanos. Creo en la globalización que
celebra la diversidad de las culturas. Sobre la descolonización de los pueblos, considero oportuno citar unas expresiones de San Juan Pablo II:
Se trata principalmente del efecto de un proceso de descolonización que ha permitido a numerosos pueblos acceder a la plena soberanía, a la libre gestión de sus asuntos públicos, por medio de
ciudadanos salidos de sus propias filas. En sí misma, aparte el pasado más o menos feliz, más o menos marcado por diferentes niveles de progreso —que nosotros no vamos a juzgar aquí—, se trata de una situación que corresponde a la evolución histórica y que expresa la dignidad, la responsabilidad y la madurez de las poblaciones, en igualdad de derechos y de deberes con
relación a las otras y en correspondencia con sus tradiciones, sus culturas y sus necesidades. La Iglesia acoge de buen grado esta evolución, ella misma ha ido por delante en lo que es de su competencia. Mira esta situación con esperanza; estas relaciones diplomáticas son un signo de ello. (Discurso al Cuerpo Diplomático Acreditado ante la Santa Sede, 14 de enero de 1984).
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