Lecturas:
Isaías 49, 8-15
– Exulta, cielo; alégrate tierra; romped a cantar montañas, porque el Señor
consuela a su pueblo, se compadece de los desamparados.
Salmo 144 –
El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el
Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.
Juan 5, 17-30
–…El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. Os lo aseguro: quien
escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será
condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida.
Cuando la enfermedad y/o incapacidad llegan cuando menos los esperas nos impactan. Entonces se prueba nuestra fe. Oramos a Dios para que nos sane o al menos para que nos de la fortaleza para sobrellevar esta carga. Sin embargo pienso, que si nos ponemos en las manos del Padre, como nos pide Jesús en el Evangelio de hoy podremos discernir que lo que nos ha tocado sufrir es parte de su plan de salvación para uno mismo y para los que nos rodean. Por tanto no rechacemos esta prueba, al contrario, ofrezcamosla en Cristo para que todo se cumpla a plenitud, aunque nos cueste la vida.
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