Dialogando con Teresa
(Yo)
Santa Doctora, hoy quiero/ que nuestras almas dialoguen.
Que tus gracias se prolonguen.
Por eso con gran esmero/ preguntar quiero primero: ¿Do naciste, alma hermosa? ¿Quién te cultivó cual rosa?
(Ella)
En mi Ávila querida/
en el mil quinientos quince/ nací / (hay quien lo desdice). Allí quise ser herida/ entregándole mi vida/
a los infieles, los moros/ que robaban Sus tesoros.
(Yo)
Me dicen que cuando joven
todo libro te atraía.
De santos, de caballería. Mas/ madurando te llueven/ libros que a tu alma mueven a encontrarte con Tu Rey/ que te inscribirá Su Ley.
(Ella)
Así el Libro de la Vida/
casi obligada escribí. Cuando llagado le vi/ hallábame muy herida. Dejeme de estar perdida/ De Jesús al fin sería.
A Su Majestad tendría.
(Yo)
Fuiste Maestra de amores/ Camino de Perfección.
Y hablaste con gran tesón el de no sentir temores,
ni tampoco sinsabores cuando de virtud se trata/ si buena amistad nos ata.
(Ella)
Cuando aquel dardo me hirió
en el centro de mi pecho/ mi corazón fue desecho. Dios mismo me penetró. Mi ser la Gloria encontró/ pues como dice el Dador/ Su fuego es consumidor.
(Yo)
Sentir prisionero a Dios/
como lo sentiste un día/ libremente pobre ardía, corazón partido en dos.
Ya te atacaba la tos/
cuando España caminaste. ¡Cuántos conventos fundaste!
(Ella)
Pero subir a la Cima/
de mi Castillo Interior/
fue mi trabajo el mayor.
Y puso en tan alta estima
la oración al que camina/ que me hizo menos pensar/ porque lo mucho es amar.
(Yo)
Gracias te doy Madre Santa/
por compartirme tu vida.
Mi alma se haya henchida. Llevo siempre en mi garganta/
tu palabra que me encanta. En San Francisco te fuiste/ y al Amado te fundiste.
William Quintana Nieves
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