Comenzamos el tiempo de cuaresma. Tiempo propicio para la revisión de vida personal, familiar, comunitaria, eclesial. Hoy es miércoles de ceniza. Memoria y conciencia de nuestra precariedad y pequeñez. No somos más que polvo, manifestación de lo efímero de la vida. ¿De qué valen posesiones, títulos, propiedades, honores, cargos de alto nivel? Si no te permiten vivir y compartir, de nada valen. Hemos nacido de Dios y a él hemos de volver. Hoy, nuevamente, reconocemos nuestros desaciertos para enmendarlos. Es posible resignificarnos y manifestar a Dios con nuestro testimonio. Las prácticas cuaresmales vividas con sinceridad nos permiten volver a nuestro centro en Dios. Sin dobles intenciones, conducirnos en libertad, anhelando la transformación de la vida y sus relaciones. Vivamos la cuaresma, no como un periodo litúrgico más, sino como el Kairós: el tiempo propicio de Dios para hacernos personas nuevas.
“Los fieles están llamados a comprometerse, cada uno a partir de la comunidad en la que vive, para que la Iglesia sea siempre más inclusiva” (Papa Francisco).
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